No
hay nada bueno o malo, es el pensamiento el que lo hace así.
WILLIAM
SHAKESPEARE
La humanidad ha buscado siempre el
significado. Las cosas pasan, pero hasta que no les damos
significado, las relacionamos con el resto de nuestra vida y
evaluamos las posibles consecuencias, no son importantes.
Aprendemos lo que significan las cosas
a partir de nuestra cultura y educación individual. Para los pueblos
antiguos, los fenómenos astronómicos tenían un significado enorme,
los cometas eran portadores de Grandes cambios, las relaciones entre
las estrellas y los planeas influían en los destinos individuales.
Ahora, los científicos no se toman a
los cometas y los eclipses de forma personal;
¿Qué significa una tormenta? Nada
bueno si usted está a la itemperie sin impermeable. Algo bueno si
usted es un campesino y ha habido sequía. Malo si ha organizado
usted una fiesta al aire libre. Bueno si estaba jugando un partido,
su equipo perdía y han suspendido el encuentro...
El significado de cualquier evento depende del marco en
que lo sitúe: cuando cambio el marco, también cambio el
significado. Cuando cambia el significado, también lo hacen sus
respuestas y su comportamiento. La habilidad para re ubicar actos da
una mayor libertad y mayores opciones.
El
príncipe, y el mago
Érase una vez un joven príncipe que
creía en todo, excepto en tres cosas: no creía en princesas, no
creía en islas y no creía en Dios. Su padre, el rey, le había
dicho que esas cosas no existían. Como no había ni princesas ni
islas en los dominios de su padre, y ni un solo signo de Dios, el
joven príncipe creía en su padre.
Pero un día el príncipe salió de su
palacio y llegó al territorio vecino. Allí, para asombro suyo,
desde cada lugar de la costa veía una isla; y en esas islas había
criaturas extrañas y turbadoras que no se atrevía a nombrar.
Mientras buscaba una barca, un hombre con un traje de noche se le
acercó por la orilla. —¿Eso de allí son islas de verdad?
—preguntó el joven príncipe. —Claro que son islas de verdad
—dijo el hombre con el traje de noche. —¿Y esas criaturas
extrañas y turbadoras? —Son todas princesas auténticas y
genuinas. —¡Entonces Dios debe existir! —gritó el príncipe.
—Yo soy Dios —contestó, inclinando la cabeza, el hombre del
traje de noche.
El joven príncipe volvió a casa lo
más rápidamente que pudo. —Así que has vuelto —dijo el padre.
—He visto islas, he visto princesas y he visto a Dios —dijo el
príncipe en tono de reproche El rey no se inmutó. —No existen ni
islas reales, ni princesas reales, ni un Dios real. —¡Yo los he
visto! —Dime cómo iba vestido Dios. —Llevaba un traje de noche.
—Se había arremangado las mangas del abrigo?
El príncipe recordaba que sí. El rey
sonrió. —Ese es el uniforme de un mago. Te han engañado. Viendo
esto, el príncipe volvió a la tierra vecina, y volvió a la misma
costa donde, de nuevo, se encontró con el hombre del traje. —Mi
padre, el rey, me ha dicho quién eres —dijo el joven príncipe
indignado—. Me engañaste una vez, pero no lo volverás a hacer.
Ahora sé que esas no son islas reales ni princesas reales, porque
eres un mago. El hombre sonrió. —Eres tú el que te engañas,
hijo. En el reino de tu padre hay muchas islas y muchas princesas;
pero estás bajo el hechizo de tu padre y no las puedes ver.
El príncipe volvió a casa pensativo.
Cuando vio a su padre le miró a los ojos. —Padre, ¿es verdad que
no eres un rey de verdad sino solamente un mago? El rey sonrió y se
arremangó las mangas. —Sí, hijo mío; sólo soy un mago.
—Entonces el hombre de la costa era Dios. —El hombre de la costa
era otro mago. —Tengo que saber cuál es la verdad, la verdad más
allá de la magia. —No hay verdad más allá de la magia —dijo el
rey.
El príncipe se entristeció y exclamó: —Me voy a matar. El
rey, con su magia, hizo aparecer a la muerte. La muerte se puso en la
puerta e hizo señales al príncipe. El príncipe se estremeció;
recordó las hermosas islas irreales y las hermosas princesas
irreales. —Muy bien —dijo—. Creo que lo podré soportar. —¿Ves,
hijo? —dijo el rey—, ahora también tú empiezas a ser un mago.
De la novela The Magus, de John Fowles,
publicado por Jonathan Cape, 1977.


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