Las curaciones espontáneas son una realidad. El cuerpo
tiene una especie de ‘farmacia’ interna y puede sintetizar sus propios
medicamentos, solo hay que encontrar el lenguaje mental o emocional que ponga
en marcha ese mecanismo de sanación. l
En
la última década, tanto las ciencias médicas como las tecnologías aplicadas al
diagnóstico y a la cirugía han progresado a una velocidad muy superior a todos
los avances del siglo XX. Pero no sólo se han visto grandes mejoras en la
medicina, sino que también se han dado pasos gigantescos en el conocimiento de
la biología y, en especial, en los campos de la neuroquímica en relación con el
sistema nervioso central y el funcionamiento celular del organismo.
Actualmente, son estos conocimientos los que nos permiten ir aclarando un grupo
de fenómenos inexplicables hasta ahora para nuestro raciocinio. Se trata de las
curaciones espontáneas, los milagros, las sanaciones chamánicas, el prodigioso
efecto placebo y todo el conjunto de procesos de curación que no encuentra
explicación en la medicina tradicional. Son situaciones en las que la acción
mental logra curaciones similares a las conseguidas por la medicina
convencional, y que incluso llega a sanarnos de ciertas enfermedades que
resisten a tratamientos sofisticados. Partiendo del conocimiento actual,
podemos arriesgarnos a asegurar que la mente, o mejor dicho, la unidad
cuerpo-mente, es capaz de actuar mediante la acción de hormonas,
neurotransmisores y neuropéptidos sobre la propia farmacia interna del organismo.
El cuerpo puede sintetizar cualquiera de las moléculas creadas en los
laboratorios farmacéuticos; sólo es cuestión de encontrar el lenguaje mental
para poner en marcha ese mecanismo interno. Las evidencias apuntan hacia el
lenguaje emocional. Si las emociones negativas nos enferman, serán las
positivas las que nos curen. O eso parece.
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“Para
cada remedio elaborado por el ser humano, hay una molécula química elaborada
por nuestro organismo. Si fuésemos capaces de utilizar nuestra farmacia
interna en lugar de depender de la síntesis química y su secuela de efectos
secundarios indeseados, el restablecimiento de la salud se transformaría en
un proceso natural y al alcance de todos.”
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Un
chamán sin saberlo
El
doctor B. Moseley del Bayley College of Medicine de Houston, Texas, no sabía
que estaba actuando como un chamán. Pero, a diferencia de los curanderos del
Amazonas, no vestía un atuendo de plumas ni empleaba una vara de madera sagrada
ni trabajaba en una choza ahumada con hierbas curativas. Este médico había
realizado cientos de cirugías artroscópicas (problemas en las articulaciones)
empleando dos técnicas: el lavado del cartílago con agua a presión y la
eliminación de tejido calcificado y afibrosado mediante raspado. Y, en los años
90, decidió hacer una prueba, a doble ciego, con dos grupos de pacientes para
estudiar cuál de las dos técnicas era más efectiva. A sugerencia de la
directora del hospital, optó por incluir un tercer grupo al que se le realizaría
una operación placebo.
Las
pruebas se hicieron entre los años 1995 y 1998 en tres grupos de 60 pacientes
(que conocían y aceptaban formar parte del experimento y que podían ser
sometidos a cualquiera de las tres operaciones). Todos los enfermos eran menores
de 75 años y tenían dolor en la articulación de la rodilla muy desarrollada y
dolorosa y que no respondían a los antiinflamatorios.
En
las operaciones falsas se seguía todo el protocolo habitual, y tanto las
enfermeras como el paciente ignoraban si se realizaría una intervención real o
no. El paciente veía en un monitor todo el desarrollo de una operación normal,
pero grabada. Se hacían las dos incisiones, y una vez finalizada la cirugía, se
suturaban y se trataban con medicación antibiótica. El resultado fue
espectacular. Las mejoras posoperatorias resultaron incluso mejores en los
casos de operaciones placebo que en las reales. Diez años después, los
pacientes aún siguen caminando, corriendo y practicando deporte, algo que antes
ni siquiera soñaban hacer.
Atmósfera
ritual
El
propio doctor B. Moseley explica la importancia de la atmósfera ritual de sus
operaciones. Consiste en habilitar un moderno quirófano, un especial
tratamiento previo y posterior a la operación, enfermeras, instrumental, lo
último en aparatos electrónicos de monitorización y él mismo con su bata verde
de cirugía, mascarilla, gorro aséptico, lentes protectoras y manos
enguantadas.
Cada
cultura responde a su chamán particular, pero el efecto es el mismo: la cura
está en creer que la operación traerá la sanación, y no en la propia
intervención quirúrgica. Hoy en día podemos encontrar una explicación a este
fenómeno de cirugía placebo y abrir un nuevo y excitante camino hacia la nueva
medicina: la de la curación espontánea.
Mientras
el doctor Moseley operaba, la mente y el subconsciente del paciente generaban
la auténtica curación. Se creaba una emoción positiva de sanación. Esta
situación hace segregar un enorme número de neurotransmisores y hormonas que
salen de las neuronas del sistema nervioso y actúan sobre todas las células del
cuerpo, en especial sobre las células del sistema inmunitario y las glándulas
suprarrenales. Unas restablecen el equilibrio del sistema inmunitario que
probablemente estuviese atacando el cartílago afectado y otras detienen el
proceso inflamatorio que estaba dañando el cartílago, o actuando sobre las
suprarrenales para que segreguen cortisol; o incluso podrían actuar sobre las
células madre del cartílago para que produzcan nuevos condrocitos que renueven
el tejido. La emoción positiva actúa sobre los receptores de las células para
que estas procedan a la curación.
No
somos cuerpo por un lado y mente por otro: los mismos neurotransmisores y
hormonas que se segregan y actúan en el cerebro se segregan también en casi
todas las células del cuerpo.
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“Hay
una comunicación química constante entre nuestras emociones y nuestro
organismo. La comunicación es bidireccional: nuestras células provocan
emociones y nuestras emociones provocan cambios a nivel celular.”
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Las
moléculas de la emoción
Candace
Pert es una bióloga doctorada en farmacología por la Universidad John Hopkins
que ha dedicado gran parte de su vida profesional a investigar sobre la
bioquímica del cerebro en los laboratorios del Instituto Nacional de Salud. Fue
la descubridora de los receptores opiáceos de las endorfinas del cerebro, lo
que le hubiera supuesto el Nobel... de no ser mujer.
Ya
hacía tiempo que se sabía que las neuronas cerebrales tenían receptores
opiáceos; es decir, que originaban cambios en el sistema nervioso central de
los humanos cuando eran activadas por una molécula química de una planta. Pero
hace unos treinta años se descubrió que, en realidad, las neuronas eran tanto o
más sensibles a los opiáceos fabricados por el propio organismo: las
endorfinas. Aunque parezca paradójico, todos deberíamos estar encarcelados:
¡podemos fabricar opio en nuestro interior!
En
1999 publicó Las moléculas de la emoción, que debería haber revolucionado la
medicina oficial, pero fue despreciado por el entorno académico. Con sus
estudios y los de otros colegas, Pert explica que casi todas las células de
nuestro organismo contienen receptores de neuropéptidos (sustancias químicas
neurotransmisoras), y muchas de ellas son además emisoras o secretoras de las
mismas sustancias. Hoy se conocen unos 60 neuropéptidos, neurotransmisores y
hormonas con función neurotransmisora, pero es probable que en el futuro se
descubran nuevas moléculas transmisoras.
Su
libro lleva un segundo título: La ciencia detrás de la conexión cuerpo-mente.
Esto se debe a que por fin podemos explicar científicamente el funcionamiento
holístico del organismo. No somos cuerpo por un lado y mente por otro, somos un
continuo mente-cuerpo: los mismos neurotransmisores y hormonas que se segregan
y actúan en el cerebro se segregan también en casi todas las células del
cuerpo. Y estas sustancias liberadas por las células actúan en el cerebro.
La
presencia de receptores de neuropéptidos en los monocitos revelada por Pert es
suficiente para explicar las exitosas operaciones placebo del doctor Moseley.
Los monocitos no sólo son células del sistema inmunitario (macrófagos), también
tienen la capacidad de reparar todo tipo de tejidos al potenciar la
diferenciación celular (los macrófagos tienen enzimas que les permiten tanto
destruir como fabricar colágeno), por ejemplo, cartílagos.
Hay
una comunicación química constante entre nuestras emociones y nuestro
organismo. La comunicación es bidireccional: nuestras células provocan
emociones y nuestras emociones provocan cambios a nivel celular.
Risa
liberadora
Ese
es el camino que emprendió Norman Cousins, aunque en 1975 todavía no se sabía
tanto como ahora sobre el poder de los neuropéptidos. Padecía espondilitis
anquilosante, una enfermedad inflamatoria autoinmune que oficialmente no tiene
cura y que deforma progresivamente la espina dorsal. Una de las
interpretaciones del origen de esta enfermedad se basa en anomalías en la
renovación del colágeno, en especial el que conforma los discos
intervertebrales. Entonces Cousins decidió, en común con su médico, tomar
grandes dosis de vitamina C (fundamental para el colágeno). Pero también
decidió que se reiría a carcajadas un mínimo de dos horas diarias, para lo cual
se compró varias colecciones de películas cómicas. Cousins sabía que la risa
libera enormes cantidades de endorfinas y probablemente otras hormonas y
neuropéptidos, y que estas le llevarían a la sanación. Y, en efecto, superó su
enfermedad y además sobrevivió más de 35 años a problemas cardiacos congénitos.
En
1979 publicó un libro excepcional: Anatomía de una enfermedad, reflexiones
sobre la curación y la regeneración. A partir de entonces y aunque no era
médico ni científico, se dedicó a investigar acerca de la bioquímica de las
emociones, adelantándose unos veinte años al libro escrito por C. Pert. La
experiencia de Cousins nos pone sobre la vía curativa de las emociones
positivas, la risa y la felicidad.
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“No
hay duda de que las emociones positivas derivadas de conseguir llevar a cabo
las soñadas expectativas de vida han sido exitosas para poner en marcha los
mecanismos de autocuración.”
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El
estrés que nos enferma
El
polémico doctor Ryke G. Hamer, especialista en medicina interna y catedrático
de universidad de Heidelberg, tenía 43 años cuando decidió tomarse unas
vacaciones junto con su mujer y su hijo. Mientras se encontraban en un barco
frente a la mediterránea isla de Córcega, un aristócrata italiano disparó sin
motivo alguno contra el hijo del doctor, que estaba durmiendo en cubierta,
acabando con su vida. La trágica muerte, unida al complejo proceso judicial
posterior, afectaron profundamente a la familia Hamer. El doctor desarrolló un
cáncer de testículos, en tanto que su esposa, también médico, sufrió varios
episodios cancerosos hasta fallecer, siete años después, a causa de un infarto.
A partir de la muerte de su hijo, del desarrollo de su propio cáncer y el de su
esposa, el Dr. Hamer inició una investigación médica y llegó a la conclusión de
que ambos cánceres son el resultado del grave impacto emocional que sufrieron.
Posteriormente formuló las bases de lo que denominó la Nueva Medicina. En
esencia y en lo referido al origen emocional de las enfermedades, las ideas del
doctor Hamer coinciden con las de otros científicos, pero su Nueva Medicina
Alemana chocó frontalmente tanto con la ortodoxia médica como con los intereses
de la poderosa industria farmacéutica: fue inhabilitado para ejercer la medicina,
encarcelado en varias ocasiones y mantiene varias causas pendientes en
Alemania.
Casi
todos hemos oído hablar del estrés, pero muchos ignoran que el estrés es una
emoción y, como tal, genera hormonas y neuropéptidos: el cortisol (la hormona
del estrés), la adrenalina, noradrenalina y la encefalina, junto con abundante
liberación de glucosa. El estrés, que fue diseñado por la evolución para que
podamos huir o enfrentarnos al peligro, se ha transformado en un mecanismo de
liberación de sustancias a la sangre que no son aprovechadas ni para lo uno ni
para lo otro y que se acumulan en el organismo generando ansiedad,
inmunodeficiencia, dolores musculares, insomnio, taquicardias y otras
peligrosas reacciones que alteran el equilibrio homeostático. Así pues, según
la teoría del doctor Hamer, el estrés continuo de su familia ante la muerte
absurda de su hijo pasó años y meses sin resolverse, y causó… un cáncer.
Neuropéptidos
y curación
Phoebe
Snetsinger (1931-1999) era la abnegada madre de cuatro hijos que, a pesar de
pertenecer a una familia millonaria y de tener aspiraciones intelectuales, lo
postergó todo para dedicarse enteramente a su hogar. Esto le provocó una gran
frustración, tal como lo reveló en su diario. A los 50 años fue diagnosticada
de un melanoma y los médicos estimaron que le quedaba un año de vida. Fue
entonces cuando decidió dedicarse plenamente a su entretenimiento favorito, al
que apenas podía dedicar tiempo: la observación de pájaros. Vivió 18 años
dedicada a ello y murió en plena labor en un accidente de automóvil en
Madagascar. Nunca siguió ningún tratamiento contra su melanoma. Es considerada
una de las expertas mundiales en aves y en sus múltiples viajes por todo el
mundo logró observar y describir unas 8.000 especies diferentes.
Su
caso es el ejemplo de miles y quizás de millones de personas que se curaron
espontáneamente de un cáncer o de cualquier otra enfermedad terminal o
incurable, cuando decidieron dar un brusco y total cambio de rumbo a sus vidas.
Muchas
personas con curaciones espontáneas habían abandonado su rutina anterior y
habían emprendido un estilo de vida que les resultaba más satisfactorio y que
les hacía más felices
No
hay duda de que las emociones positivas derivadas de conseguir llevar a cabo
las soñadas expectativas de vida fueron suficientes para poner en marcha los
mecanismos de autocuración generados por los neuropéptidos. En algunos casos
pueden haber actuado sobre el sistema inmunitario, en otros sobre el sistema
endocrino y probablemente en muchos otros casos sobre la combinación de ambos.
Por un lado, eliminando las condiciones de la enfermedad y, por otro,
potenciando la energía vital para restablecer la salud. Si bien en el caso de
Cousins se trató de una acción racional y planificada, en el caso de Phoebe y
en muchos otros, las emociones actuaron de forma subconsciente, sin que la
persona llegase a percibir el proceso bioquímico iniciado por sus emociones
positivas.
La
curación chamánica
Para
cada remedio elaborado por el ser humano, hay una molécula química elaborada
por nuestro organismo. Si fuésemos capaces de utilizar nuestra farmacia interna
en lugar de depender de la síntesis química y su secuela de efectos secundarios
indeseados, el restablecimiento de la salud se transformaría en un proceso
natural y al alcance de todos.
El
desafío del futuro es si seremos capaces de controlar las emociones para evitar
que las percepciones negativas produzcan desequilibrios en la homeostasis del
organismo y de que derive en una enfermedad, y si seremos suficientemente
hábiles como para provocar emociones positivas que activen los neuropéptidos
necesarios para nuestra autocuración.